“Del dicho al hecho hay mucho trecho”
Martes II Tiempo de Cuaresma
Is 1, 10. 16-20
Sal 49
Mt 23, 1-12
La vida de todo bautizado es concreta y tiene elementos que nunca pueden faltar. Por desgracia, hay muchos cristianos que viven desde la apariencia, que hacen de su pertenencia a la Iglesia un “status” sin compromiso, buscan más el prestigio en vez de inclinarse al servicio de los demás.
Hoy, tanto en boca del profeta Isaías, como el evangelista Mateo, se nos muestra la diferencia que existe entre “el decir y el hacer”. Jesús, con sus palabras, desenmascara la hipocresía de los escribas y fariseos, invitando a todos los oyentes a observar todo lo que enseñan, pero advirtiéndolos de que no se comporten como ellos.
No sé si les ha pasado esto: en ocasiones, nos encontramos mucha gente en la Iglesia que dice: “Yo soy muy católico”. ¿Ah sí? ¿Y qué es lo que estás haciendo? Cuántos padres se dicen católicos, pero no tienen tiempo de hablar con sus hijos, de corregirlos, de jugar con ellos, de escucharlos; cuántos hijos oponen resistencia a sus padres, alejándose cada vez más de ellos por estar con los amigos o pasarla bien en alguna fiesta. Aquí se ve claramente el ejemplo del que habla Cristo: “dicen una cosa, pero hacen otra”.
El profeta Isaías nos quiere dar algunas pautas a seguir: “Dejen de hacer el mal, aprendan a hacer el bien… auxilien al oprimido, defiendan los derechos del huérfano y la causa de la viuda”. No basta con decir que somos buenos, sino de mostrarlo por medio de las obras; no basta anunciarlo con trompetas, como hacen lo hipócritas, sino hacerlo en lo secreto, “y tu Padre que ve lo secreto, te recompensará” (Cfr. Mt 6, 4. 6. 18).
El hombre necesita valor para alejarse de todo aquello que no le conviene, pero también necesita de la humildad para aprender a hacer el bien, el cual se verá reflejado con actos concretos. El bien se hace con cosas concretas, con acciones, no únicamente por medio de palabras. Por ese motivo, al igual que los escribas y fariseos, el Señor nos reprende: “dicen, pero no hacen”.
Además del bien obrar, Isaías nos da otra enseñanza, al mostrarnos la infinita misericordia de Dios por toda la humanidad: “Vengan, pues, y discutamos, dice el Señor: aunque sus pecados sean rojos como la sangre, quedaran blancos como la nieve. Aunque sean encendidos como la púrpura, vendrán a ser como blanca lana”. La misericordia de Dios alcanza a todos aquellos que están dispuestos a dejarse corregir por el Señor.
“Pero es que yo tengo muchos pecados”. No te preocupes: estamos en un tiempo de gracia, en un tiempo de conversión. Dios es un Padre lleno de amor, dispuesto a acompañarnos en nuestro camino cuaresmal y hacernos experimentar el perdón y la misericordia. Lo único que nos pide es que seamos humildes: “el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”.
Que el Señor nos dé la sabiduría que viene de lo alto para entender la diferencia entre “el decir y el hacer”; que nos conceda un corazón humilde y arrepentido, capaz de dejarse convertir por su amor, y así, transforme toda nuestra vida para hacer el bien a quien lo necesite.
Pbro. José Gerardo Moya Soto