“Una vida nueva”
Viernes de la octava de Pascua
Hch 4, 1-12
Sal 117
Jn 21, 1-14
¿Qué le está pasando a Pedro? Parecería que no es el mismo que había llamado Cristo: parece un impostor. ¿Qué no había negado tres veces al Maestro? ¿Qué no le había prometido dar la vida por Él y salió corriendo? Entonces ¿qué mosca le picó? ¿Qué pasó con ese Pedro pecador, frágil, cobarde? Fácil de responder: tuvo un encuentro personal con Jesús resucitado. La Pascua viene a ser un tiempo propicio para que se de ese encuentro con el Resucitado.
Cabría preguntarnos entonces: ¿cómo se dará ese encuentro con el resucitado? En ocasiones nos podemos equivocar si pensamos que Jesús solo se encuentra en los templos o en la intimidad de la oración. Jesús se hace presente en todos los lugares de nuestra vida: trabajo, casa, oficina, escuela, etc. Jesús sale a nuestro encuentro en cualquier instante de nuestra existencia. No dejemos que este tiempo de gracia pase sin que Él toque y cambie el corazón.
Probablemente muchas personas volvieron a una vida ordinaria después de celebrar el Triduo Pascual. No los culparía, puesto que el hombre tiende a equivocarse. Lo contemplamos en el Evangelio. Los mismos discípulos volvieron a su vida pasada (volvieron a pescar).
Es aquí donde Jesús sale a nuestro paso: “¿Han pescado algo?” Podríamos traducir esas palabras a nuestra vida: ¿Han ganado algo al volver a su vida pasada (de pecado)? ¿Se sienten satisfechos con lo que eran antes de haberse encontrado conmigo? Tenemos que decir: no. Ninguna persona puede estar contenta con una vida cubierta por las tinieblas del pecado.
Es el mismo Jesús el que nos invita de nuevo a intentarlo: “Echen las redes a la derecha y encontraran peces”. ¡Vuélvelo a intentar! ¡Vuelve a la frescura de la alegría del Resucitado! Confiemos en sus palabras; hagamos lo que Él nos diga, así obtendremos lo que buscamos. ¿Qué buscamos? ¿Qué queremos? Dios da y da en abundancia: “así lo hicieron y ya no podían jalar la red por tantos pescados”.
Hermanos, que podamos reconocer al Señor que sale a nuestro encuentro. Que cada acción en nuestra vida nos lleve a decir como los discípulos “es el Señor” quien lo ha hecho. Que lo dejemos todo (incluso nuestra vida antigua) para ir con Él.
Pbro. José Gerardo Moya Soto