“Mirar la Curz con amor”
La Exaltación de la Santa Cruz
Hch 2, 14. 22-24. 32-36
Sal 77
Jn 3, 13-17
La fiesta que celebramos este día, para aquellos que desconocen el significado de la fe cristiana en el Crucificado, puede parecer algo descabezado e incomprensible. ¿Qué sentido puede tener celebrar una fiesta llamada, “la Exaltación de la Santa Cruz”, en un mundo en dónde sólo se busca la comodidad y el bienestar personal?
Más de uno se podrá preguntar: ¿cómo es posible en nuestros días exaltar la cruz? ¿No ha quedado ya superada aquella manera tan morbosa de vivir enalteciendo el dolor y el sufrimiento de un hombre? ¿Se tiene que continuar alimentando al pueblo cristiano con las llagas del crucificado?
Sin duda alguna son interrogantes muy razonables, las cuales necesitan respuestas. Todos los cristianos sabemos que, al contemplar la Cruz del Señor, no ensalzamos el dolor, el sufrimiento, la tortura o la muerte, sino que en ella contemplamos el amor, el perdón, la solidaridad, la misericordia y la cercanía de Dios para con todos.
Lo que ha salvado a la humanidad no es el sufrimiento, sino el amor de Dios que se ha encarnado en la historia dolorosa del ser humano. No es la Sangre la que limpia nuestro pecado, sino el amor infinito de Dios al entregar a su Hijo por nosotros. Podemos resumir que la crucifixión es el acontecimiento que mejor revela el amor del Padre.
En aquellos brazos extendidos que ya no pueden abrazar a los niños, en esas manos que ya no pueden devolver la vista a los ciegos, el habla a los mudos, curar a los leprosos y enfermos, los cristianos contemplamos a Dios con los brazos siempre abiertos para acoger, perdonar y sostener nuestra vida, la cual es destrozada por el pecado.
En aquel rostro apagado por la muerte, en esos ojos que ya no podrán volver a mirar con ternura y amor a los pecadores, en aquella boca de donde ya no saldrán palabras de consuelo o que echara encima los abusos e injusticias, en aquellos labios incapaces de pronunciar el perdón, Dios nos revela el gesto más insondable de amor por toda la humanidad.
Por ello, ser fiel al Crucificado, es vivir como Él, con una actitud de entrega y solidaridad, aceptando, si es necesario, las persecuciones, las calumnias, los chismes, inclusive el entregar nuestra vida hasta las últimas consecuencias.
La fidelidad a la Cruz no se basa simplemente en el sufrimiento, sino que es acompañada por la fe, sabiendo que, una vida gastada en el servicio y la entrega, es la misma vida que vivió Jesucristo. Y ya sabemos lo que nos espera después de morir: la resurrección.
Que el Señor nos conceda la gracia de abrazar la cruz de cada día y como Jesús, también nosotros desgastemos nuestra vida por los demás.
Pbro. José Gerardo Moya Soto