“Cristo lo puede cambiar todo”
Viernes de la tercera semana de Pascua
Hch 9, 1-20
Sal 116
Jn 6, 52-59
Nos encontramos ante un texto muy significativo: la conversión de Saulo. Encontramos algunos elementos claves: 1. Se nos cuenta uno de los momentos más significativos en la vida del que será el Apóstol fundamental en la construcción de la Iglesia; 2. Ese evento tendrá repercusión en la teología de San Pablo; 3. Nos encontramos en un proceso de conversión que estamos llamados todos a experimentar en nuestra vida, siendo este de manera continua y cotidiana, descubriendo la presencia del Señor y su intervención en mi vida.
No sólo nos quedamos en la caída de Saulo (cayendo de su orgullo, de sus convicciones, de su cerrazón al proyecto de Dios), sino que tiene un sentido mucho más profundo, ya que se comienza a dar un cambio de vida, una completa ruptura de su vida anterior y de la vida que iniciará por el encuentro que ha tenido con Jesucristo.
Las palabras que se le dirigen a Saulo, cuando escucha aquella voz, “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”, inician un proceso, el cual lo llevará a un descubrimiento y experiencia de Jesús resucitado. Saulo se da cuenta que los cristianos que esta persiguiendo, es el Cuerpo de Cristo, por ello se hace la afirmación de persecución, por ello queda sumergido en las tinieblas y en la oscuridad. Es de esa manera que se comienza la conversión en él.
Saulo se siente desvalido, desarmado, queda a merced del amor de Cristo. Aquel que creía prestar un gran servicio a Dios, se descubre equivocado, por lo cual, debe de comenzar un nuevo camino. Todo a cambiado en él. Tan seguro estaba de su doctrina y ahora se tiene que someter a la enseñanza de una comunidad en la persona de Ananías (el cual lo instruye, lo acompaña y lo bautiza).
Es así como Pablo experimenta la presencia de Dios en su vida y la elección que ha hecho al ser el instrumento evangelizador del Señor: puede gritar a todos la Buena Nueva de Dios, puesto que ha sido testigo del resucitado; puede afrontar todas las adversidades, porque sabe que Jesús lo sostiene y acompaña en toda su actividad misionera; puede abrir nuevos horizontes, puesto que la gracia de Dios está sobre él. Jesús no es enemigo, sino se convierte en su gran amigo.
Muchas personas piensan que la conversión se da de manera momentánea (como pólvora, que arde muy fácilmente, pero se consume muy pronto), pero no es así. La conversión es un proceso de cambio que requiere la presencia de Dios, el silencio, el abandonarse a su voluntad. Solamente cuando nos ponemos en las manos del Señor podemos cambiar nuestro corazón.
Después de su conversión, todo lo que tenía valor para él se convirtió en perdida y basura: “”Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo” (Flp 3, 8). Después de aquel momento, puso toda su vida al servicio exclusivo de Jesucristo y del Evangelio. Desde entonces, su vida fue la de un apóstol deseoso de “hacerse todo a todos” (I Co 9, 22).
Contemplemos en San Pablo nuestra propia vida, reconociendo que es Cristo el que nos llama a ser sus discípulos por medio de su encuentro diario y comencemos con nuestra verdadera conversión, puesto que “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (DCE 1).
Pbro. José Gerardo Moya Soto