“¿Escuchas la voz del Buen Pastor?”
IV Domingo de Pascua Ciclo “C”
Hch 13, 14. 43-52
Sal 99
Ap 7, 9. 14b-17
Jn 10, 27-30
Este cuarto domingo de Pascua se nos presenta Jesús como el “Buen Pastor” y el Evangelio nos dice: “Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano”. Estas sencillas palabras, nos ayudan a comprender que nadie puede decir ser seguidor de Jesús si no escucha su voz.
Y es que, escuchar, no hay que entenderlo únicamente como una manera superficial de percibir los sonidos, sino que es, ante todo, una acción comprometedora con el Señor, que nos lleva a un verdadero y profundo conocimiento del Pastor. Escuchar la voz de Jesús nos lleva a un seguimiento generoso, a no dejarnos seducir por las voces de los asalariados, a no anclar nuestro corazón en falsas promesas de vida perene. Podríamos decir que no se trata de escuchar únicamente con el oído, sino más que nada es escuchar al Señor desde el corazón.
La imagen del pastor y de las ovejas nos manifiesta la estrecha relación que Jesús quiere entablar con cada uno de nosotros. El Señor quiere ser nuestro guía, nuestro mentor, un gran amigo que nos sostenga, el modelo a seguir en nuestra vida, el Salvador que nos librará de todo mal. De hecho, el mismo evangelista Juan nos deja claro cuál es el anhelo de Jesús: “Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano”. ¿Quién puede hablar de esa manera? ¿Quién puede tener esa autoridad? Solamente Jesús, porque la mano de Jesús es una sola cosa con la mano del Padre, y el Padre es más grande que cualquier cosa que pudiera existir.
Estas palabras del Señor nos comunican una absoluta seguridad, nos trasmiten una inmensa ternura. Nuestra vida está totalmente segura en las manos de Jesús y del Padre, que son una sola cosa: un único amor, una única misericordia.
Para salvar a las ovejas que se habían perdido, las cuales somos nosotros mismos, el Buen Pastor se hizo cordero y se dejó inmolar para tomar en sí mismo todo el pecado del mundo. De esa manera, Él nos ha dado la vida, pero no cualquier vida, sino que nos ha otorgado la vida eterna. Hoy en día ese misterio se sigue renovando en la acción salvífica realizada en la mesa eucarística. De ahí que las ovejas se congreguen para saciar su hambre, para permanecer junto al Buen Pastor.
Por ende, no deberíamos de tener miedo, ya que nuestra vida esta a salvo, puesto que está en las manos de Jesús, en las manos del Padre. Nada ni nadie podrá arrancarnos de las manos de Jesús, porque nada puede vencer el amor del Maestro. El maligno busca diversas maneras de arrebatarnos de Dios, para hacernos perecer, pero él no conseguirá nada si nosotros no le abrimos las puertas de nuestro corazón. Si verdaderamente escuchamos la voz del Buen Pastor, los halagos y seducciones del tentador no podrán afectar nuestra vida.
Que el Señor nos conceda, por medio de su amor, se dóciles a su voz: que en medio de tantos ruidos que nos ofrece el mundo, aprendamos a escuchar el llamado de Jesús, Buen Pastor, y que al acoger su Palabra en nuestro corazón podamos disfrutar de la vida en abundancia que Dios quiere para nosotros.
Pbro. José Gerardo Moya Soto